UN AÑO DE VIZCARRA Y CONFLICTO LAS BAMBAS
Por estos días, exactamente el veintitrés de marzo, se ha cumplido
un año desde que Martín Vizcarra asumió la Presidencia de la República de Perú.
Doce meses que han marcado al país sudamericano, que se debate entre el
crecimiento económico y las enormes brechas sociales que ese crecimiento no
logra cerrar.
Hace un año, Vizcarra asumía de manera rocambolesca la presidencia.
Pedro Pablo Kuczynski, el presidente peruano cuyo apellido es tan difícil de
escribir como de entender fue su breve gobierno; renunciaba a la presidencia antes
de ser votada la segunda moción de vacancia contra el mandatario; días antes se
habían hecho públicos unos videos en los cuales se ofrecía a un congresista del
fujimorismo, obras y comisiones para que vote en contra de la moción de
vacancia. Vizcarra, por entonces embajador en Canadá, arribaba presto a la
capital peruana, para ser investido presidente de la República.
Su arribo marcó, además, fisuras en su propio partido PPK, y
mayores fisuras en el fujimorismo, que poco a poco fue perdiendo la mayoría
absoluta que ostentaba a causa de renuncias y pugnas entre los hermanos
Fujimori. El Fujimorismo, luego de la libertad por “razones humanitarias” de su
fundador Alberto Fujimori, de desmoronaba. El líder libre, anciano y no tan mal
de salud, veía que el precio pagado por su indulto había sido muy caro, perdía
hegemonía en el parlamento, sus congresistas cada vez más cuestionados y presionados
desde las calles, se daban, ellos mismos, las cuchilladas propias de una película
de gánsters.
Pero Vizcarra supo lo que tenía que hacer, contentar al pueblo
y hacer que se manifieste; así, convocó a un referéndum con cuatro preguntas,
cuyos resultados le legitimaron para liderar el gobierno y mostrarse como la
cara liberal democrática, desplazando al fujimorismo, que representaba la cara
dura del neoliberalismo.
Evidentemente, el modelo económico no sufriría modificación y
las elecciones regionales y municipales sellarían la legitimidad de un gobierno
débil y cuya principal baza es la lucha contra la corrupción. En los meses de
enero y febrero de este año, el caso Odebrecht ganó los focos mediáticos y un
buen acuerdo entre la justicia peruana y la empresa brasileña, sellaba la
popularidad en alza del presidente, que además sufrió las denuncias de
vinculación con Odebrecht y el llamado Club de la Construcción, en casos de
sobornos al Estado.
Como vemos, la corrupción es un mal endémico en el Perú. Los
expresidentes vivos o están en la cárcel (Fujimori) o están seriamente
involucrados en casos que se investigan judicialmente. Además, la hija del
dictador, Keiko Fujimori, está en prisión preventiva. El actual presidente Martín
Vizcarra tiene serias acusaciones de corrupción, aunque, por su investidura, no
puede ser juzgado.
Hace unas semanas se ha estrenado un nuevo Consejo de
Ministros, con un actor y ex Ministro de Cultura a la cabeza; Salvador del
Solar se ha estrenado con un conflicto que podría resumir la forma en la que se
hacen las grandes inversiones en el Perú: El gobierno de parte de las empresas
y las empresas haciendo y deshaciendo a su antojo en cuanto a la relación con
las comunidades.
Las Bambas es el nombre del proyecto minero que se ubica en
el sur andino departamento de Apurímac. La más grande inversión cuprífera del país
data del 2004, durante el gobierno de Alejandro Toledo. La explotación
pertenecía inicialmente a la empresa suiza Xstrata, que había logrado la
anuencia de las comunidades para la inversión minera; en 2014, Xstrata vende la
mina en 5.850 millones de dólares a la empresa china MMG. En 2016 comienza a
operar. Pero en todos estos años, el conflicto no ha estado ausente en la
relación minera – comunidad. El proyecto inicialmente contemplaba la construcción
de mineroducto, por el que se transportaría el mineral, pero la empresa china
MMG, no cumplió con el compromiso, en cambio habilitaron una carretera, que
pasa por los predios de la comunidad. El Ministerio de Transportes ha dado
rango de carretera nacional a esta vía, que pasa por la propiedad de la
comunidad de Fuerabamba, la construcción y la declaración de carretera nacional
ha sido hecha sin consentimiento ni consulta de la comunidad; ésta reclama un
pago por derecho de servidumbre. Así, el conflicto de ha vuelto a desatar, en
2015 por otro conflicto en la misma zona, murieron cuatro comuneros. El
gobierno ha militarizado la zona, más de tres mil efectivos policiales se han
desplazado al lugar, los comuneros han bloqueado la carretera en mención impidiendo
el paso de más de trescientos camiones al día; dirigentes y asesores de la
comunidad han sido detenidos acusados de extorsión y recién, tras liberar al
dirigente, se abren puertas al diálogo.
El modelo perverso de inversión minera ha hecho aguas, la
corrupción, que atraviesa todo el sistema productivo, social y político peruano,
asoma y hay acusaciones de ambos lados. Lo cierto es que la prepotencia de las
empresas y su complicidad con el gobierno es una constante en este tipo de
relaciones. Esperemos que el diálogo se abra y se sinceren los intereses mutuos
y se resguarde el ambiente y las perspectivas de bienestar de las comunidades
que se siente engañadas, violentadas y ninguneadas por un Estado lejano, que no
entiende al Perú profundo, sus contradicciones y su aporte a la economía
nacional.
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