RUSIA 2018: UN MUNDIAL DIFERENTE

Nacido en uno de los barrios marginales de Paris, allí donde el modelo asimilacionista de integración empujó a los inmigrantes internacionales llegados a Francia; Kanté creció en medio de la chatarra y la basura, que era a lo que se dedicaba su familia. A los 11 años, y tras el fallecimiento de su padre, tuvo que redoblar los esfuerzos para conseguir el sustento familiar. Su débil contextura física hizo que varios equipos de fútbol le rechazaran; los portazos en la cara fueron innumerables en la admirable vida de uno de los mejores medio centros del mundo. La infancia de Kanté es seguramente la de muchos niños en los países empobrecidos y también en los llamados países ricos, sobre todo la infancia de muchos hijos de personas migrantes, a quienes el sistema excluye con un racismo institucional omnipresente al momento de la escolarización, el ocio y los espacios de socialización.
Poco a poco, con gran esfuerzo y tenacidad, se fue abriendo camino en el fútbol, la gran maquinaria de hacer dinero de los últimos tiempos y la ruta más segura para salir de la pobreza.
Kanté ha roto barreras y techos, hoy es un futbolista cotizado y admirado por muchos, entre los que se cuentan, también, aquellos que hacen posible que el racismo social e institucional siga campeando en los suburbios de Francia, Inglaterra, España y otros muchos países.
Grande Kanté y grandes quienes luchan por salir de situaciones de exclusión y marginalidad. Grandes quienes se revelan ante la adversidades. Grandes también los que no salen, los que sucumben ante el sistema, que son los más.
Comentarios