EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA
(Mito
Aymara de Bolivia, Perú y Chile)
Las
gaviotas andinas se encargaron de llevar la noticia a todos los rincones del
Altiplano, avisando que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los
animales estaban invitados a una gran fiesta a orillas del lago Titicaca.
El
lago se alegraba cada vez que esto sucedía, pues sus riberas, a veces tristes,
se llenaban de vida por el entusiasmo con que sus vecinos celebraban la ocasión
de verse y conversar de los últimos acontecimientos.
Cada
uno se arreglaba con esmero para esta oportunidad. Se limpiaban sus plumajes y
pieles con los mejores aceites, para que resplandecieran y todos los admiraran.
Y entonces se escuchaban murmullos de admiración cuando algún invitado aparecía
ataviado con prendas majestuosas y deslumbrantes.
Todo
esto lo sabía Tatú el quirquincho, porque en años anteriores había asistido a
algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de
organizar.
Esta
vez quería ir mejor que nunca, pues había sido nombrado integrante muy
principal de la comunidad. Y comprendía la responsabilidad que esto
significaba...
El
Tatú era honrado y digno. Esas eran las cualidades tomadas en cuenta al
investirlo de este título que tanto lo enorgullecía. Ahora quería deslumbrar a
todos para demostrarles que no se habían equivocado al elegirlo.
Faltaban
muchos días, pero apenas recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo,
elegantísimo, para que su presencia fuera espectacular. Era famoso como buen
tejedor, y se concentró en hacer una trama tan fina como esas maravillosas
telarañas suspendidas entre rama y rama de los arbustos.
Ya
llevaba bastante adelantado, cuando pasó cerca de su casa el zorro (achalari), que gustaba de meter
siempre su nariz en lo que no le importaba. Al verlo, le preguntó con
curiosidad: "¿Qué haces?". "No me distraigas, que estoy muy
ocupado", le respondió el Tatú, pues el zorro le producía cierta
inquietud. "¿Estás enojado?", insistió el visitante. "¿Porqué
habría de estarlo?", contestó el Tatú. "Entonces dime, ¿qué estás
haciendo con tanto afán...?", replicó curioso el zorro. "¿No ves que
tejo una capa para ponérmela el día de la fiesta en el lago?", insistió
cansado el Tatú. "¿Cómo?", sonrió el zorro irónicamente:
"¿Piensas ir esta noche con eso que todavía no terminas?". El quirquincho
levantó sus ojos, algo miopes, de su trabajo, y con una mirada perdida y
angustiosa exclamó: "¿Dijiste hoy en la noche?". "Por supuesto.
En un rato más nos encontraremos todos bailando...", dijo, disimulando la
risa, el zorro.
¡Qué
fatalidad! ¿Cómo pudo haber pasado tan rápido el tiempo? Siempre le ocurría lo
mismo... Calculaba mal las horas. Al pobre Tatú se le fue el alma al suelo. Una
lágrima rodó por sus mejillas. ¡Tanto prepararse para la ceremonia! Había
imaginado tan distinta la fiesta de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y
tiempo para terminar su manto tan prolijamente iniciado?.
El
zorro percibió su desesperación, y se alejó riendo entre dientes. Sin
proponérselo había encontrado la manera de inquietar a alguien. El Tatú tendría
que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a la fiesta: ¡ji, ji, ji!.
Y
así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza,
pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y
toscos que le permitieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura
iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al
descubierto una urdimbre más suelta.
Finalmente
terminó su tejido y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta. Entonces respiró
hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo estirando sus extremidades para
sacudirse el cansancio de tanto trabajo.
En
ese instante se dio cuenta del engaño: ¡La luna todavía no estaba llena! Y lo
miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente... Un primer pensamiento de
furia contra el viejo zorro cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto bajo la
luz brillante que caía de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había
quedado como él lo imaginara, de todos modos el resultado era de auténtica
belleza y esplendor.
No
tendría para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en
su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se
asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque había
sido su propia culpa creerle a quien tenía fama de travieso y juguetón.
Simplemente
el zorro no resistía la tentación de andar burlándose de todos... Y siempre
encontraba alguna víctima.
Pero
esta vez fue al revés: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució
causando gran sensación con su manto nuevo cuando llegó el momento de su
aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca*.
Tomado de: Leyendas Aymara.
Fundación de Comunicaciones, Capacitación y Cultura del Agro,
FUCOA. Ministerio de Agricultura Chile
Programa Orígenes. Corporación Nacional de Desarrollo Indígena,
CONADI. Chile
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